miércoles, 22 de marzo de 2017

En mi infinito no sopla el viento.


Ahuyentemos el tiempo, amor, que ya no exista;
esos minutos largos que desfilan pesados
cuando no estás conmigo
y estás en todas partes sin estar pero estando.
(Gioconda Belli. Poetisa escritora nicaragüense)

























Pasé todas las tardes de aquel otoño mirando el globo terráqueo gigante que había en el despacho de mi abuelo materno. Allí, mientras leía páginas sueltas de cualquiera de los cientos de libros que rodeaban aquel sabio rincón, me obsesionaba con la distancia. Tan solo un pequeño giro en aquella bola de colores marronzuscos, de los de antes, y llegabas a Whangarei (Nueva Zelanda).
-¿Pero cómo podía tener la tan mala suerte de que el amor más puro y real que haya sentido nunca por nadie, fuera nombrado jefe de psiquiatría del nuevo hospital comarcal de Whangarey?  ¡Whangarei, joder! si es que un poco más lejos y tienen que inventar otro mapamundi para que aparezca. Un día y unas cuantas horas más, en avión, para llegar; unos mil setecientos euros, mínimo, el vuelo.

Acabando el último año de fisioterapia, mis compañeros de promoción comenzaron a hablar sobre donde se irían de vacaciones para desconectar del último apretón, y como merecida recompensa; yo lo tenía muy claro. Había visto una casa rural por la zona de Cangas de Onil (Asturias), cercana al Río Sella, con infinitas posibilidades para pasar dos semanas de desconexión, deportes de aventura propios del lugar; correr, bici, leer, beber buen vino y, por qué no, darle algún pellizco en el culo a algún guapo del lugar que se me pusiera por delante. Llevaba ya tiempecillo sin soltarme la melena y lo que hiciera falta. Casa Rural los Castaños, se llamaba el sitio elegido. Estaba junto a la desembocadura de un pequeño arroyo hacía el gran Río Sella. Y no muy lejos de allí había un par de escuelas de piragüismo. Nada más llegar, soltar los bártulos y ver la habitación, alquilé una bici, en la misma casa rural, para todas las vacaciones y fui a apuntarme a clases de piragüismo. Serían todos los días durante mi estancia de 10:30 a 12:30  de la mañana. Elegí la opción de particulares, ya que me gastaba la pasta, que las clases fueran personalizadas.
A la mañana siguiente, en la escuela de piragüismo, alguien me puso la mano en el hombro.
- ¿Eres Míriam? Soy Eolo; tu monitor de piragüismo.
Me giré y, en ese mismo instante, aparte de notar como se me iban encendiendo las mejillas como si fuera una quinceañera tras recibir su primer gran beso, supe que iban a ser 14 días inolvidables.
Eolo no paró de hablar durante unos 10 minutos de en lo qué iban a consistir las clases; lo que queríamos conseguir y en lo mucho que se notan los progresos durante dos semanas de piragüismo, y mi mente no hacía otro cosa que extrapolar y extrapolar sus palabras. 
Y así, el inicio del verano, mi relax total en todos los sentidos, y mis ganas de disfrutar sin explicaciones durante mis merecidas vacaciones, hicieron el resto. El segundo día de clases, tomamos dos cervezas, en el bar del mismo club de piragüismo, y el tercer día ya me invitó a cenar en el restaurante, si se lo podía llamar así, de una anciana de la aldea de al lado (para mi que era la propia casa de la señora y que ésta hacía de comer según la ibas llamando por teléfono sobre la marcha unas horas antes). No recuerdo bien el nombre del pescadaco que me sirvió la buena señora sobre una piedra, que hacía de plato, pero lo que si recuerdo, sería el momento; la compañía o las cuatro copas de vino que nos soplamos cada uno, es que quería que el tiempo respirara a cámara lenta, suave, sin sobre saltos. Dejando que aquella noche los dos nos conociéramos sin apenas intercambiar palabras. Me llevó hasta la casa rural donde me alojaba, y yo fui la que le ofreció seguir bebiendo vino en mi habitación. 
Él se marchó temprano, sin despertarme, y yo... Bueno yo, aquel día en el club de piragüismo, mi resaca se entremezclaba con la cara de prota de “love story” que tuve durante todo el día. Empezando el descenso, aquella mañana, le pedí que me hablara un poco de su vida, así yo me relajaba un poco, me concentraba en esquivar piedras y sortear tramos rápidos y en no vomitar vino por todo el Sella. Ese día fue cuando descubrí que aquel monitor de piragüismo, en verdad, y a su corta edad, tenía ya un renombre en el mundillo de la psiquiatría, sobre todo por el norte de España. Eolo estaba de mes de vacaciones, y las pasaba en su gran pasión, desde pequeño, haciendo piragüismo y enseñando a nuevos piragüistas lo maravilloso de aquel fantástico deporte. 
Pasamos el resto de las vacaciones juntos. Bombeando adrenalina a cada descenso de la mañana y bombeando pasión el resto del día. Me escuchaba, me miraba; me tocaba con la yema de sus dedos, cada centímetro de mi cuerpo, como un escáner intentando almacenar cada dato que analiza en su memoria. Cada noche, acabábamos con unos minutos de silencio, pensando cada uno (eso creía yo al menos) en qué pasaría al acabar aquellas dos semanas. Lo nuestro era ya “algo” y algo muy fuerte, como para no pararse a escucharlo.

Había pasado ya un año de aquello, conseguí entre prácticas en hospitales, clases de osteopatía; y quedadas con las amigas, que Eolo no fuera mi obsesión diaria, pero la verdad que raro era el día que no pensaba en la dichosa Nueva Zelanda. Salí y gasté muy poco durante ese año, ta solo estuve las fiestas infaltables; feria local, y navidad. El resto del año lo pasé intentando meter un billete de diez euros cada día en una caja que había sellado con cinta aislante y en la que escribí Whangarei en grande.
El último día de prácticas, a finales de Junio, mi madre me hizo una tarta de tres chocolates, que por entonces estaban muy de moda, y juntó a merendar a mis tíos. Yo no entendía para que tanto homenaje, estaba tan solo dando pasos hacía lo que alguna vez sería algo de estabilidad en mi profesión, pero aún eran solo pasos. El caso es que nada más repartir la tarta, mi madre me dio un sobre, lo abrí y habían impreso una especie de billete de avión genérico en el que ponía: “Vuela Con Tus Sueños” y en la parte inferior derecha ponía “dame la vuelta”. Por detrás había un talón original, al portador, de 1500 €, de la cuenta conjunta que tenían todos los hermanos de mi madre. Sin exagerar creo que pase una hora entera llorando dando abrazos... Nadie tuvo que dar ni pedir explicaciones de para qué era eso. Todos sabían que esa misma noche me pondría a preparar el equipaje.

Día 5 de Julio de ese mismo año. Una taxi me lleva hacía el hospital Whangarey City, el hospital principal de la región. Allí, pregunto en información por el Dr. Eolo Martínez, y la encargada me responde,  con un perfecto inglés pero con acento muy extraño,  que allí no hay ningún Doctor Eolo Martínez; es más, me informa de que la planta de Psiquiatría tiene pendiente su inauguración para dentro de dos años. Le insisto en que mire bien, y le enseño una foto de Eolo, la señora encoge los hombros y me dice que lo siente, que nunca ha visto esa cara ni ha oído ese nombre. Al verme tan nerviosa y con las lagrimas comenzando a desfilar por mi cara, me pasa directamente con la directora del centro hospitalario, la que termina de dejar caer la guillotina de la incertidumbre sobre mi al asegurarme que ningún psiquiatra con ese nombre se ha adjuntado a ningún centro hospitalario de Nueva Zelanda en los últimos doce meses. Subo a su despacho, aquella directora que sorprendía por lo jovensísima que era para el cargo, me hace el enorme favor de ponerme en linea directamente con la embajada española, en Wellington, la capital del país. Efectivamente me informan que, ningún español ha confirmado residencia laboral con ese nombre en el último año.
Allí estaba yo, sin billete de vuelta, en la otra punta del mundo, y ahogándome con la velocidad de mi propia respiración. Tras llorar discretamente durante casi una hora, en un banco de la puerta del hospital, comencé rápidamente a pensar posibles soluciones. El tema “Eolo” estaba totalmente aniquilado en aquel momento. Ya tendría tiempo tiempo de inventarme verbos similares a la palabra odiar, para la persona que me ha tenido magistralmente engañada durante todo un año. Necesitaba dinero urgente, y no podía pedírselo a mi familia. Hablé con la directora, que de nuevo tuvo la amabilidad de atenderme unos minutos, le expuse mi caso, pinchó mi pen-drive  en el portátil de la recepción y allí mismo leyó mi “resume” (así se le dice al currículum en inglés). Suerte que lo llevaba siempre en el pen-drive, en los dos idiomas, desde finales de carrera. Accedió a tenerme aquel verano, hasta finales de septiembre, como fisioterapeuta en prácticas. Pagándome el centro el alojamiento en la residencia universitaria y cobrando el salario mínimo permitido, pero al fin y al cabo cobrando. Todo estaba pasando tan deprisa que por unas horas se me apagó la llama del odio extremo hacia ese vividor de verano y todo lo que se había inventado. A saber lo que estaría inventando a otras. Ese verano subí al barco del destino que me había tocado, y aquellos meses de fisioterapeuta en prácticas en Whangarei SI cambiarían mi vida para siempre.


2 comentarios:

pacomartin dijo...

Raul, Eolo es más importante que Asturias.Ya lo he leído por completo. Muy intrigante-

ruyelcid dijo...

Gracias Paco. A seguir con la primavera y sus palabras escondidas.